jueves, 29 de enero de 2015

Cuentos budistas para niños (VI) - Las Princesas y el Árbol Kingshuk

Las Princesas y el Árbol Kingshuk

Relájate, quédate quietecito y escucha. Escucha con gran atención este cuento sobre cuatro princesas que vivían en un gran palacio de una tierra lejana. Como eran unas jóvenes muy curiosas, al oír hablar de un árbol tan bello e impresionante, les entraron muchas ganas de ir a verlo. Pero no se trata de un árbol cualquiera, ya que era mágico. ¿Quieres saber qué fue lo que pasó? ¡Vamos a ver si lo descubrimos!


Pues....las jóvenes princesas, al haber recibido una educación excelente, conocían al dedillo todo cuanto había en su tierra, sobre todo en cuanto a los animales, las flores y los árboles de su país se refería. Incluso tenían un zoo en el palacio con aves exóticas y animales procedentes de todas partes del mundo. Y se decía que la colección de árboles y flores de los jardines del palacio era incomparable. Por eso las princesas se sorprendieron tanto al oír que el jardinero mencionaba que había un árbol muy especial en los alrededores del palacio, conocido como Kingshuk, con el que ninguna persona se había cruzado nunca. Las princesas se quedaron tan intrigadas por lo que habían oído decir del árbol que decidieron ir a verlo. Aquel mismo día, después de recibir sus lecciones, las princesas fueron a buscar al jardinero y le pidieron si podía llevarlas a ver aquel maravilloso árbol.

-¡Será todo un placer, altezas!- exclamó el jardinero-, pero el Kingshuk es un árbol mágico, sólo puedo llevaros a verlo el día de vuestro cumpleaños. El resto del tiempo es invisible. Tendréis que ir cada una por separado y visitarlo el día en que cumpláis los años.

Las princesas estuvieron de acuerdo y decidieron que lo más correcto esa que la mayor fuera la primera en ir.

Y así lo hicieron. El día de su cumpleaños, una clara mañana de primavera el jardinero y la princesa fueron a ver al árbol Kingshuk. Después de caminar durante un rato llegaron al final del bosque real, donde el jardinero había dicho que aquél árbol mágico crecía. La princesa vio un sauce muy alto apartado de los otros árboles, y como el jardinero no podía verlo, comprendió enseguida que se trataba del árbol mágico Kingshuk. Se quedó plantada en aquel lugar, maravillada por la belleza del árbol. Sus hojitas verdes se desplegaban como relucientes esmeraldas y la princesa se sintió llena de la gozosa energía que despedía. Al marcharse el jardinero le dijo que no hablara del árbol al volver porque si no estropearía aquella imagen a sus hermanas.

Cuando la primavera daba paso al verano, el día del cumpleaños de la princesa que seguía en edad a la mayor, el jardinero la llevó a ver el árbol Kingshuk. Al contemplarlo la princesa dio un grito ahogado, porque estaba cubierto de unas flores preciosas de color rojo vivo que brillaban como rubíes. Al aspirar el celestial perfume de las flores mágicas, la princesa se sintió embriagada por él y experimentó una gran felicidad. El jardinero también le pidió que no hablara a sus hermanas del árbol hasta que lo hubieran visto.

Cuando los calurosos días de verano se transformaron en otoño, el jardinero llevó a la tercera princesa a ver el árbol Kingshuk el día de su cumpleaños. Ella abrió maravillada los ojos de par en par al ver sus ramas repletas de unos deliciosos frutos de color violeta que colgaban del árbol como amatistas gigantes. El árbol mágico era tan precioso que sintió como si la estuviera alimentando con su bondad y generosidad. El jardinero le pidió, como había hecho con las otras princesas, que no le hablara del árbol a sus hermanas hasta que las cuatro lo hubieran visto.

Cuando el invierno hacía caer las últimas hojas otoñales de los árboles, al llegar el cumpleaños de la pequeña, el jardinero la llevó también a visitar el árbol Kingshuk. La princesa le pidió que la llevara por la noche, porque quería verlo a la luz de la luna. Y como era de esperar, las plateadas ramas del árbol, cubiertas de rocío, eran espectaculares y relucían como si estuvieran adornadas con hilos de plata de los que colgaban diminutos diamantes. La princesa sintió como si el árbol mágico la envolviera con su calidez y magia.

Aquel día, después de que la princesa más pequeña hubiera visto el árbol, las cuatro hermanas fueron a dar las gracias al jardinero por haberlas llevado al árbol mágico Kingshuk. Aliviadas ahora por poder hablar de él, al menos entre ellas, la mayor dijo:

-Nunca olvidaré este maravilloso árbol con sus hojitas reluciendo como esmeraldas bajo la luz del sol de la tarde.

-¡Pero hermana, debes de haberte equivocado!- exclamó la princesa que le seguía en edad-. El árbol Kingshuk estaba cubierto de unas enormes flores de color rojo rubí y su embriagador perfume me llenó de una maravillosa sensación de felicidad.

-¡Oh, no, hermanas, las dos estáis muy equivocadas!- insistió la tercera princesa-. El árbol Kingshuk estaba repleto de unos deliciosos frutos de color violeta que relucían como amatistas gigantes.

-¡Yo creo, hermanas, que debemos de haber visto unos árboles distintos! - gritó la pequeña- porque las ramas del Kingshuk estaban cubiertas de hilos de brillante rocío que me cautivaron con su magia.

Si las hermanas no hubieran estado tan bien educadas quizás se habrían peleado. Pero en lugar de hacerlo simplemente se preguntaron si habían visto cuatro árboles distintos.

El jardinero se echó a reír.

-Altezas, en realidad todas habéis visto el mismo árbol Kingshuk y experimentado su magia -dijo con calma-. Lo que pasa es que cambiaba según la estación del año en que cada una de vosotras fuisteis a verlo. Para apreciar de veras el árbol tenéis que ir a visitarlo en todas las estaciones, ¡algo que es imposible!

Las princesas se echaron a reír. Habían olvidado que los cumpleaños de cada una de ellas caían en distintas épocas del año y que el árbol cambiaba según las estaciones. ¡Por eso lo habían visto con un aspecto distinto cada vez que lo habían visto!

Las jóvenes también comprendieron que la única forma de descubrir más cosas sobre el árbol Kingshuk era escucharse las unas a las otras y aprender cada una de las demás, y hacer lo mismo con cualquier otra persona que hubiera tenido la suerte de verlo.

La primera vez que vemos algo no podemos hacernos siempre una idea completa de ello. Una persona sabia sabe que para descubrir la verdad sobre cualquier cosa, debe aprender tanto de la visión que ella tiene como de la de los demás.

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