Relájate, quédate quietecito y
escucha. Escucha con gran atención este cuento sobre una tortuga que
vivía en una gran laguna llena de agua fresca y cristalina. Hasta que ocurrió
algo muy extraño. ¿Qué pudo haber sido? ¡Vamos a ver si lo descubrimos!
Pues… esta tortuga vivía hace mucho,
muchísimo tiempo en una tierra lejana en la que hacía mucho calor. Durante
muchos años se sintió satisfecha nadando perezosamente por la laguna o tomando
el solecito sobre las grandes y carnosas hojas verdes de los nenúfares que
flotaban en el agua. A veces se zampaba al vuelo a una libélula que pasaba por
ahí o intentaba atrapar, a un gordo y jugoso escarabajo de agua para comérselo.
Total, que la tortuga se daba una
gran vida. Hasta que un verano –un calurosísimo y seco verano- dejó de llover y
el ardiente sol picaba tanto que las frescas y claras aguas de la laguna
empezaron a evaporarse. Poco a poco, el nivel del agua fue bajando. Cada día la
laguna se secaba más, haciéndose más y más pequeña, hasta que al final quedó
tan poco agua que la tortuga decidió ocuparse del problema e ir en busca de un
nuevo hogar antes de que el agua desapareciera por completo. Pero ¿Cómo iba a
hacerlo?
Una mañana muy tempranito, cuando el
sol acababa de salir en el despejado cielo azul. la tortuga fue a buscar ayuda.
Al cabo de poco oyó a dos patos que volaban sobre su cabeza graznando.
La tortuga las llamó
enseguida.-Pataos, patos, estoy aquí! ¡Por favor ayudadme! La laguna en la que
vivo se está secando. ¿Seríais tan amables de llevarme a otra llena de agua?
–Pero ¿cómo vamos a hacerlo?-respondieron los patos-. Nosotros volamos por el
aire y tú, en cambio, estás en el suelo.
En ese momento la tortuga tropezó con
un palo largo y recto tirado en medio del camino.
-¿ Y si llevarais este
palo entre vuestros picos?-les gritó-. Entonces yo podría agarrarme a él con la
boca para que me transportarais a una nueva laguna.
-¡Qué gran idea! – exclamaron los
patos aterrizando al lado de la tortuga-. Pero si lo hacemos tienes que
prometernos que no vas a abrir la boca.
Y así lo acordaron. Los patos
sujetaron el palo con sus picos y en cuanto la tortuga se agarró fuertemente a
él con la boca, echaron a volar. Los patos transportaron a la tortuga por el
aire para llevarle a una laguna nueva llena de agua fresca y clara que brillaba
a lo lejos.
Por el camino, pasaron por encima de
un campo donde estaban jugando unos niños bulliciosamente. Cuando oyeron el
aleteo de los patos, los niños miraron hacia arriba y se echaron a reír a
carcajadas a l ver la curiosa escena.
-¡Qué imagen más cómica!- gritó uno
de los niños mofándose-. ¡Dos patos llevando a una tortuga con un palo! ¡Qué
ridícula se ve en esa postura!
La tortuga al oírlo se picó, porque
sabía que aunque estuviera en una postura ridícula, la mantenía por una buena
razón.
-¡Sois vosotros los ridículos! ¡No
entendéis nada!-les gritó la tortuga furiosa. Pero al abrir la boca la pobre
tortuga se soltó del palo y, dando volteretas en medio del aire, fue cayendo
por el soleado cielo hasta chocar la hierba dándose un fuerte porrazo.
-¡Ay!- gritó frotándose su magullada
y dolorida cabecita-. ¡No tenía que haber escuchado a esos niños! De ahora en
adelante me lo pensaré dos veces antes de abrir la boca para responder hecha
una furia a alguien.
Con demasiada frecuencia, cuando
estamos enojados abrimos la boca para decir algo sin pensar en las
consecuencias que tendrá. Una persona sabia piensa antes de hablar y si sabe
que va a decir algo desagradable porque está enfadada se queda callada.
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