Sobre que meditar?

Según el budismo, la mente no es una entidad, sino un flujo dinámico de experiencias, una sucesión de instantes de conciencia. Estas experiencias a menudo están marcadas por la confusión y el sufrimiento, pero también pueden vivirse en un estado amplio de claridad y libertad interior.
De todos es bien sabido, como nos recuerda un maestro tibetano contemporáneo, Jigme Khyentse Rimpoché, que <<no nos hace ninguna falta animar a nuestra mente a contrariarse o a ponerse celosa. La verdad es que no necesitamos un acelerador de cólera o un amplificador de amor propio>>. En cambio, el entrenamiento de la mente es crucial si queremos afinar nuestra atención, desarrollar el equilibrio emocional y la paz interior, y cultivar nuestra dedicación al bien del prójimo. En nosotros mismos tenemos el potencial necesario para que estas cualidades fructifiquen, pero dichas cualidades no se desarrollaran por el mero hecho de quererlo. Necesitan entrenamiento.
Ahora bien, todo entrenamiento, como ya hemos comentado, requiere perseverancia y entusiasmo. No se aprende a esquiar practicando solamente uno o dos minutos al mes.
Afinar la atención y la plena conciencia
Galileo descubrió los anillos de Saturno después de haber fabricado un catalejo astronómico bastante luminoso y potente que luego coloco sobre un soporte estable. Este descubrimiento no habría sido posible si su instrumento hubiera sido defectuoso, o si le hubiera temblado la mano al sostenerlo. Del mismo modo, si queremos observar los mecanismos mas sutiles del funcionamiento de nuestra mente y actuar sobre ella, es absolutamente necesario que afinemos nuestro poder de introspección. A tal fin, tenemos que aguzar a la perfección nuestra atención de modo que se vuelva estable y clara. Entonces podremos observar el funcionamiento de nuestra mente, el modo como percibe el mundo, y entender la concatenación de los pensamientos. Es decir, estaremos en condiciones de afinar más la percepción de nuestra mente para discernir el aspecto fundamental de la conciencia, un estado perfectamente lúcido y despierto que siempre está ahí, incluso en ausencia de construcciones mentales.
Lo que la meditación no es
A los practicantes de meditación les reprochamos que a veces estén demasiado centrados en sí mismos, que se complazcan en una cierta introspección egocéntrica en vez de ocuparse de los demás. Sin embargo, no se puede tratar de egoísta un proceso cuyo objeto es erradicar la obsesión del yo y cultivar altruismo. Sería como reprocharle a un futuro médico que pase años dedicado al estudio de la medicina.
Sobre la meditación existen numerosos clichés. De entrada diremos que la meditación no consiste ni en hacer el vacio en la mente bloqueando los pensamientos, algo que, por otra parte es imposible, ni en implicarla en infinitas cogitaciones para analizar el pasado o anticipar el futuro. Tampoco es un simple proceso de relajación en el que los conflictos internos se hallan momentáneamente suspendidos en un estado indiferenciado de conciencia.
Bien es verdad que en la meditación hay un elemento de relajación, pero se trata más bien del alivio que acompaña al hecho de <<soltar>> las esperanzas y los temores, así como los apegos y los caprichos del ego que alimentan continuamente nuestros conflictos interiores.
Un dominio liberador
Como veremos, la manera de controlar los pensamientos no consiste en bloquearlos ni en alimentarlos de forma indefinida sino en dejar que lleguen y se disuelvan por si solos en el ámbito de la plena conciencia, de modo que no invadan nuestra mente.
Más exactamente, la meditación consiste en hacerse con el control de la mente, en familiarizarse con una nueva comprensión del mundo y en cultivar una manera de ser que ya no se halla sometida a nuestros esquemas habituales de pensamiento. A menudo se inicia mediante un proceso analítico y luego se prosigue a través de la contemplación y la transformación interior.
Ser libre es ser el dueño de uno mismo. No obstante, eso no supone hacer todo lo que nos pase por la cabeza, sino emanciparnos de la coacción de las aflicciones que dominan y oscurecen nuestro espíritu. Es empuñar las riendas de la propia vida, en vez de abandonarla en manos de las tendencias forjadas por la costumbre y de la confusión mental. Eso no equivale a soltar el timón, dejar que las velas floten al viento y que el barco navegue a la deriva, sino, bien al contrario, supone avanzar con buen rumbo hacia el destino que se ha escogido: el que el individuo sabe que es el mejor para sí mismo y para los demás.
En el corazón de la realidad
La comprehensión de lo que hablamos consiste en una visión más clara de la realidad. La meditación no es un medio de escapar de la realidad, como se dice a veces en tono de crítica, sino que, por el contrario, tiene por objeto mostrarnos la realidad tal como es más próxima a lo que vivimos, desenmascarar las causas profundas del sufrimiento y disipar la confusión mental que nos incita a buscar felicidad allí donde no la hay. Para alcanzar la justa visión de las cosas, meditamos, por ejemplo, sobre la interdependencia de todos los fenómenos, sobre su carácter pasajero y sobre la inexistencia del ego, percibido como una entidad solida y autónoma con la que nos identificamos.
Estas meditaciones también se apoyan en la experiencia adquirida por generaciones de contemplativos que consagraron su vida a observar los mecanismos del pensamiento y la naturaleza de la conciencia, y que luego enseñaron un gran numero de métodos empíricos que permiten desarrollar la claridad mental, la vigilancia, la libertad interior, o hasta incluso el amor y la compasión. Pero es necesario que cada persona constate por sí misma el valor de estos métodos, así como que verifique la validez de las conclusiones a las que dichos sabios llegaron. Esta comprobación no es un simple proceso intelectual, sino que primero hay que volver a descubrir esas conclusiones y luego integrarlas en lo más profundo de uno mismo a través de un largo proceso de familiarización. Este proceso debe incluir determinación, entusiasmo y perseverancia; es decir, lo que Shantideva denomina <<la alegría de hacer lo que nos hace bien>>.
Comenzaremos, pues, por observar y comprender como se encadenan los pensamientos y como generan todo un mundo de emociones, alegrías y sufrimientos. A continuación atravesaremos la pantalla de los pensamientos para aprehender el componente fundamental de la conciencia, la facultad cognitiva primordial: la que da lugar a todos los pensamientos y a todos los demás fenómenos mentales.
Hay que liberar al mono de la mente
Para llevar a cabo esta tarea, debemos empezar por calmar las perturbaciones de nuestra mente. Se podría comparar la mente con un mono que, al estar prisionero, se mueve tanto y de tal manera que él mismo se enreda aún más, hasta que, finalmente, es incapaz de librarse de sus propias cadenas.
Del torbellino de los pensamientos primero surgen las emociones, después los humores y el comportamiento y, a la larga, los hábitos y los rasgos de carácter. Todo aquello que se manifiesta de un modo tan espontaneo no produce buenos resultados por sí solo, del mismo modo que echar las semillas a tontas y a locas no contribuye a dar buenas cosechas. Así pues, lo primero es dominar la mente tal como hace el campesino cuando prepara la tierra antes de echar en ella las semillas.
Si somos sinceros con nosotros mismos, y consideramos los beneficios que obtenemos cuando ponemos en práctica una nueva experiencia del mundo en cada instante de nuestra existencia, no parece excesivo que nos dediquemos, aunque solo sea durante veinte minutos al día, a conocer y trabajar mejor nuestra mente.
"El arte de la meditación".- Matthieu Ricard - 2009
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