martes, 20 de septiembre de 2016

SOBRE QUE MEDITAR ?

Sobre que meditar?

El objeto de la meditación es la mente. Pero, por el momento, dicha mente está confusa, agitada y rebelde, y sometida a innumerables condicionamientos y automatismos. El objetivo de la meditación no consiste en quebrantarla ni anestesiarla, sino en conseguir que se vuelva libre, clara y equilibrada. 

Según el budismo, la mente no es una entidad, sino un flujo dinámico de experiencias, una sucesión de instantes de conciencia. Estas experiencias a menudo están marcadas por la confusión y el sufrimiento, pero también pueden vivirse en un estado amplio de claridad y libertad interior.

De todos es bien sabido, como nos recuerda un maestro tibetano contemporáneo, Jigme Khyentse Rimpoché, que <<no nos hace ninguna falta animar a nuestra mente a contrariarse o a ponerse celosa. La verdad es que no necesitamos un acelerador de cólera o un amplificador de amor propio>>. En cambio, el entrenamiento de la mente es crucial si queremos afinar nuestra atención, desarrollar el equilibrio emocional y la paz interior, y cultivar nuestra dedicación al bien del prójimo. En nosotros mismos tenemos el potencial necesario para que estas cualidades fructifiquen, pero dichas cualidades no se desarrollaran por el mero hecho de quererlo. Necesitan entrenamiento.

Ahora bien, todo entrenamiento, como ya hemos comentado, requiere perseverancia y entusiasmo. No se aprende a esquiar practicando solamente uno o dos minutos al mes. 

Afinar la atención y la plena conciencia

Galileo descubrió los anillos de Saturno después de haber fabricado un catalejo astronómico bastante luminoso y potente que luego coloco sobre un soporte estable. Este descubrimiento no habría sido posible si su instrumento hubiera sido defectuoso, o si le hubiera temblado la mano al sostenerlo. Del mismo modo, si queremos observar los mecanismos mas sutiles del funcionamiento de nuestra mente y actuar sobre ella, es absolutamente necesario que afinemos nuestro poder de introspección. A tal fin, tenemos que aguzar a la perfección nuestra atención de modo que se vuelva estable y clara. Entonces podremos observar el funcionamiento de nuestra mente, el modo como percibe el mundo, y entender la concatenación de los pensamientos. Es decir, estaremos en condiciones de afinar más la percepción de nuestra mente para discernir el aspecto fundamental de la conciencia, un estado perfectamente lúcido y despierto que siempre está ahí, incluso en ausencia de construcciones mentales. 

Lo que la meditación no es

A los practicantes de meditación les reprochamos que a veces estén demasiado centrados en sí mismos, que se complazcan en una cierta introspección egocéntrica en vez de ocuparse de los demás. Sin embargo, no se puede tratar de egoísta un proceso cuyo objeto es erradicar la obsesión del yo y cultivar altruismo. Sería como reprocharle a un futuro médico que pase años dedicado al estudio de la medicina. 

Sobre la meditación existen numerosos clichés. De entrada diremos que la meditación no consiste ni en hacer el vacio en la mente bloqueando los pensamientos, algo que, por otra parte es imposible, ni en implicarla en infinitas cogitaciones para analizar el pasado o anticipar el futuro. Tampoco es un simple proceso de relajación en el que los conflictos internos se hallan momentáneamente suspendidos en un estado indiferenciado de conciencia.

Bien es verdad que en la meditación hay un elemento de relajación, pero se trata más bien del alivio que acompaña al hecho de <<soltar>> las esperanzas y los temores, así como los apegos y los caprichos del ego que alimentan continuamente nuestros conflictos interiores. 

Un dominio liberador

Como veremos, la manera de controlar los pensamientos no consiste en bloquearlos ni en alimentarlos de forma indefinida sino en dejar que lleguen y se disuelvan por si solos en el ámbito de la plena conciencia, de modo que no invadan nuestra mente.

Más exactamente, la meditación consiste en hacerse con el control de la mente, en familiarizarse con una nueva comprensión del mundo y en cultivar una manera de ser que ya no se halla sometida a nuestros esquemas habituales de pensamiento. A menudo se inicia mediante un proceso analítico y luego se prosigue a través de la contemplación y la transformación interior.

Ser libre es ser el dueño de uno mismo. No obstante, eso no supone hacer todo lo que nos pase por la cabeza, sino emanciparnos de la coacción de las aflicciones que dominan y oscurecen nuestro espíritu. Es empuñar las riendas de la propia vida, en vez de abandonarla en manos de las tendencias forjadas por la costumbre y de la confusión mental. Eso no equivale a soltar el timón, dejar que las velas floten al viento y que el barco navegue a la deriva, sino, bien al contrario, supone avanzar con buen rumbo hacia el destino que se ha escogido: el que el individuo sabe que es el mejor para sí mismo y para los demás.

En el corazón de la realidad

La comprehensión de lo que hablamos consiste en una visión más clara de la realidad. La meditación no es un medio de escapar de la realidad, como se dice a veces en tono de crítica, sino que, por el contrario, tiene por objeto mostrarnos la realidad tal como es más próxima a lo que vivimos, desenmascarar las causas profundas del sufrimiento y disipar la confusión mental que nos incita a buscar felicidad allí donde no la hay. Para alcanzar la justa visión de las cosas, meditamos, por ejemplo, sobre la interdependencia de todos los fenómenos, sobre su carácter pasajero y sobre la inexistencia del ego, percibido como una entidad solida y autónoma con la que nos identificamos.

Estas meditaciones también se apoyan en la experiencia adquirida por generaciones de contemplativos que consagraron su vida a observar los mecanismos del pensamiento y la naturaleza de la conciencia, y que luego enseñaron un gran numero de métodos empíricos que permiten desarrollar la claridad mental, la vigilancia, la libertad interior, o hasta incluso el amor y la compasión. Pero es necesario que cada persona constate por sí misma el valor de estos métodos, así como que verifique la validez de las conclusiones a las que dichos sabios llegaron. Esta comprobación no es un simple proceso intelectual, sino que primero hay que volver a descubrir esas conclusiones y luego integrarlas en lo más profundo de uno mismo a través de un largo proceso de familiarización. Este proceso debe incluir determinación, entusiasmo y perseverancia; es decir, lo que Shantideva denomina <<la alegría de hacer lo que nos hace bien>>.

Comenzaremos, pues, por observar y comprender como se encadenan los pensamientos y como generan todo un mundo de emociones, alegrías y sufrimientos. A continuación atravesaremos la pantalla de los pensamientos para aprehender el componente fundamental de la conciencia, la facultad cognitiva primordial: la que da lugar a todos los pensamientos y a todos los demás fenómenos mentales.

Hay que liberar al mono de la mente

Para llevar a cabo esta tarea, debemos empezar por calmar las perturbaciones de nuestra mente. Se podría comparar la mente con un mono que, al estar prisionero, se mueve tanto y de tal manera que él mismo se enreda aún más, hasta que, finalmente, es incapaz de librarse de sus propias cadenas.

Del torbellino de los pensamientos primero surgen las emociones, después los humores y el comportamiento y, a la larga, los hábitos y los rasgos de carácter. Todo aquello que se manifiesta de un modo tan espontaneo no produce buenos resultados por sí solo, del mismo modo que echar las semillas a tontas y a locas no contribuye a dar buenas cosechas. Así pues, lo primero es dominar la mente tal como hace el campesino cuando prepara la tierra antes de echar en ella las semillas.

Si somos sinceros con nosotros mismos, y consideramos los beneficios que obtenemos cuando ponemos en práctica una nueva experiencia del mundo en cada instante de nuestra existencia, no parece excesivo que nos dediquemos, aunque solo sea durante veinte minutos al día, a conocer y trabajar mejor nuestra mente.

El fruto de la meditación es lo que se podría llamar una manera de ser optima o una felicidad verdadera. Esta felicidad no está constituida por una sucesión de sensaciones y emociones agradables, sino que es el profundo sentimiento de haber realizado, de la mejor manera posible, el potencial de conocimiento y realización que todos llevamos dentro. Sin duda, es una aventura que merece la pena.

"El arte de la meditación".- Matthieu Ricard - 2009



viernes, 16 de septiembre de 2016

Historia de los Dalai Lamas

Hace aproximadamente 1300 años, en el 726 d.C. el Tibet alcanzó un gran poderío militar, su gran imperio se extendía desde China hasta la India. Es en esta época de máxima expansión militar cuando el budismo llegó por primera vez al Tibet, gracias a los grandes sabios de la India que lo llevaron hasta la corte real. 

Al principio la visión no violenta de la vida encontró mucha resistencia, las gentes estaban contentas con sus respectivos dioses espirituales, y el budismo que no promovía ningún dios fue menospreciado y muy poco comprendido. Entonces en el Tibet existía un sistema de servidumbre en el que la aristocracia era quién gobernaba siendo los propietarios de las tierras y las gentes, de tal forma que era imposible prosperar, era imposible que prosperara cualquier ambición, si habías nacido aristócrata eras afortunado, si habías nacido campesino no había posibilidad de prosperar.

La llegada del budismo trajo una nueva esperanza, predicaba la igualdad y los tibetanos empezaron a acudir a los monasterios donde la jerarquía se basaba en los méritos personales, incluso un simple agricultor podía llegar a convertirse en el líder de un gran monasterio, una revolución pacífica contra un sistema antiguo y decadente.

A medida que el budismo calaba en el Tibet se fue haciendo más complicado. Cada zona del Tibet pasó a desarrollar su propia interpretación. En cada parte de la nación gobernaba un grupo budista diferente. Cada una de ellas tenía su propia estructura clerical, creencias propias y complicados rituales.

Hacia el año 1000 d.C. Lejos del Tibet, hacia el norte, en lo que se llamaba la tierra de los bárbaros (Mongolia), había empezado una nueva era. Tras una serie de guerras tribales en las que la espada era su dios y el sometimiento su religión, nació un hombre, un guerrero, bajo el cual todas las tribus se sometieron a su liderazgo, conocido en el mundo entero como Gengis Kan. Por fin tenían las tribus del norte una motivación, un objetivo, una bandera que ya podían considerar como suya. Estas tribus se convirtieron en nación. 

En el siglo XIII los mongoles se habían expandido en todas direcciones, llevando consigo la cólera y la destrucción, no obstante y después de un periodo de guerras y conquistas, sucumbieron a los lujos de los imperios y los encantos de la civilización. Se transformaron en reyes en vez de soldados, y construir dinastías, aprobar decretos y levantar monumentos, de esta forma se convirtieron en una nueva civilización. 

Muy cerca de ellos estaba China, con su antigua historia y su rico patrimonio cultural. Controlar China suponía controlar el mundo civilizado, por esto Kublai Kan, nieto de Gengis Kan y heredero de su imponente imperio trasladó la capital del imperio mongol a China y se proclamó emperador.

Kublai Kan se dio cuenta que con la espada y la represión era imposible controlar un territorio tan extenso junto a su numerosísima población, lo que necesitaba era una filosofía de vida más que una religión, algo que los chinos ya habían experimentado con anterioridad. 

No muy lejos de allí, sobre una gran meseta en lo alto de las montañas, se encontraba el Tibet Budista, una gran cultura y un rival perfecto para el confucionismo. La intención de Kublai Kan era que el budismo tenía que reemplazar en los tribunales chinos al confucionismo, y el hombre más indicado para llevarlo a cabo era un sabio monje tibetano llamado Zakpa. Zakpa pertenecía a la escuela Sakya del budismo tibetano, famosa por su piedad y su sabiduría. En 1253 por orden del gran Kan, Zakpa llegó a China a la corte de Kublai Kan donde vivió durante 20 años, tiempo durante el que ejerció una gran influencia civilizadora sobre Kublai Kan, convenciendo al gran Kan de que paralizara las matanzas de chinos que de vez en cuando ordenaba para deshacerse de grupos multitudinarios que le resultaban molestos. Al principio los mongoles eran muy sanguinarios y crueles, pero Zakpa les enseñó el budismo y consiguió que Kublai Kan fuera más humano y acabara con todo eso.

El gran Kan utilizó el budismo como herramienta poderosa de conquista cultural, y de esta forma Zakpa, el monje budista, se convirtió en el primer monje rey que gobernó el Tibet unificado, y la escuela Sakya a la que pertenecía en la escuela más poderosa del Tibet, al contar con el apoyo del gran ejército mongol de Kublai Kan. A partir de este momento generaciones de monjes Sakyas gobernaron el Tibet bajo la protección de los descendientes de Kublai.

En el siglo XIV en China hubo levantamientos y se instauró el caos, y los mongoles perdieron el dominio sobre china teniendo que abandonar el país. Este hecho histórico motivó que los cimientos del Tibet temblaran, y la escuela Sakya no fue capaz de mantenerse en el poder al volverse caótica la situación política. Tanto los pequeños caudillos laicos como algunos dirigentes de monasterios se enfrentaron por el gobierno del Tibet. Y mientras el país se desmoronaba, muy lejos en las desoladas montañas del occidente tibetano la vida seguía su curso habitual. Sus gentes nómadas, sencillas y humildes creían que los desastres siempre precedían la llegada de un ser divino.

El nacimiento de Gedun Drugpa fue acompañado del asalto, por parte de unos bandoleros, del campamento de su familia. La madre desesperada y para proteger al pequeño, lo escondió en un corral para el ganado y huyó con el resto de la familia y a la mañana siguiente encontraron al pequeño ileso y sin un rasguño, y este acontecimiento fue interpretado como una señal celestial. Gedun Drugpa creció y se convirtió en monje y al poco tiempo decidió marchar a la capital Lhasa, la ciudad más sagrada del Tibet, y el centro de la vida política, donde la corrupción estaba a la orden del día. La decadencia y la degradación se habían instalado hasta en los más altos niveles de la jerarquía budista.

Un tranquilo y erudito monje llamado Tson Kapa encontró la respuesta a tan compleja situación. Ideo un método para practicar el Tantra por medio de la meditación y la visualización. Tson Kapa atrajo a muchos seguidores y el monje nómada Gedun Drugpa quiso convertirse en su discípulo. Este grupo de monjes radicales que seguían los códigos morales más estrictos, fundaron una nueva escuela, la escuela Gelugpa, o “Modelo de Virtud”. Para distinguirse del resto de escuelas llevaban sombreros amarillos, mientras que las escuelas budistas tradicionales llevaban sombreros rojos.

Gedun Drugpa estaba al frente de todo, y era un gran viajero que expandía sus enseñanzas a lo largo y ancho del Tibet, pero a medida que iba envejeciendo se dio cuenta que ser célibe como mandaban los cánones de moralidad tradicionales tenían sus desventajas, como el de no poder contar con un heredero directo que continuase su obra. Por eso el sabio anciano decidió solucionar esta cuestión adoptando un concepto ya existente y plenamente aceptado en el Tibet. Antes de morir reunió a sus discípulos indicándoles que no lloraran por él ya que pronto volvería a estar entre ellos, iba a reencarnarse. El concepto de la reencarnación solucionó el problema que preocupaba a todos los líderes célibes. 

Se convirtió en una institución muy útil, porque permitía que el líder monástico tuviera una continuidad en la siguiente generación, sin casarse ni fundar una dinastía. 

A los 84 años Gedun Drugpa abandonó su cuerpo mortal, y tal como había profetizado se reencarno en Gedun Gyatso, que a su vez se reencarno en Sonam Gyatso. El actual Dalai Lama Tenzín Gyatso es la reencarnación número 14 de esta línea directa.

En la época de la tercera reencarnación con Gedun Gyatso al frente, de nuevo el Tibet se vio envuelto en duras luchas por el control político. Surgieron dos bandos enfrentados, por una parte en la zona este la ciudad de Lhasa, al oeste la ciudad de Shigatse. Los dirigentes de Shigatse patrocinaban a una de las antiguas escuelas budistas de sombreros rojos o Karmapas, los dirigentes de Lhasa apoyaban a la escuela más nueva de sombreros amarillos, los Gelugpa. Por desgracia e igual que ocurre actualmente, la política se mezcló con la religión y la lucha entre las dos ciudades fue considerada como una guerra santa. Los Gelugpa o sombreros amarillos iban perdiendo, no conseguían resistir el poder militar de sus rivales de sombreros rojos. Dieciocho monasterios gelugpas fueron obligados a convertirse a los sombreros rojos, y murieron muchos monjes, pero cuando ya habían perdido toda esperanza el destino intervino.

En 1576 Sonam Gyatso, la tercera reencarnación del niño nómada “Gedun Drugpa”, fue invitado a Mongolia por el poderoso príncipe mongol Altan Kan. 

En el siglo XVI Mongolia se había dividido, los gloriosos días de Gengis Kan y Kublai Kan habían terminado, y las estepas mongolas volvían a estar cubiertas de sangre debido a las guerras. El país necesitaba de nuevo un líder que unificara a las tribus mongolas, y Altan Kan tenía todo lo necesario para ser un poderoso caudillo y un gran líder, excepto que no era descendiente directo de Kublai Kan. Por aquel entonces los descendientes directos de Kublai Kan que seguían con vida, desafiaban constantemente el liderazgo de Altan Kan. Si Altan quería controlar las tribus necesitaba que lo aceptaran, así que ideo un plan tan ingenioso que conseguiría cambiar para siempre el rumbo de la historia.

En 1576 Altan Kan invitó a Mongolia a Sonam Gyatso, uno de los líderes tibetanos de la escuela budista Gelugpa de los sombreros amarillos, candidato perfecto para llevar a cabo el plan de Altan Kan y del que obtuvo su lealtad. Lo más importante para Altan era la condición de que Sonam Gyatso era un lama reencarnado.

Después de tres meses de viaje Sonam Gyatso llegó a las llanuras desérticas de Mongolia, donde obtuvo con gran boato y ceremonia el recibimiento del propio Altan Kan, quién proclamó públicamente para que todo el mundo lo oyera, que el gran Lama era la reencarnación de Zakpa, consejero espiritual de Kublai Kan. Una vez sus súbditos aceptaron esto, dio el gran golpe maestro al declarar que él Altan Kan era la reencarnación de Kublai Kan, y su asesor espiritual Sonam Gyatso era la reencarnación del asesor espiritual de Kublai Kan, de esta forma consiguió lo que se proponía, legitimizar su mandato.

El gran Kublai Kan había regresado como Altan Kan, y su asesor espiritual Zakpa había regresado como Sonam Gyatso.

En una grandiosa ceremonia Altan Kan otorgó a Sonam Gyatso el título de “Dalai Lama”, o “Océano de Sabiduría”, siendo el III Dalai Lama, y el monje nómada Gedun Drugpa pasó a la historia como el I Dalai Lama del Tibet.

En 1596 falleció Sonam Gyatso el III Dalai Lama del Tibet, y los gorros amarillos gelugpas lloraron su muerte, aún a sabiendas que el que volviera de nuevo a las tierras de las nieves eternas solo era cuestión de tiempo, y así con renovadas fuerzas se inicio la búsqueda de su nueva reencarnación.

El sistema para encontrar al nuevo Lama reencarnado ha ido evolucionando a lo largo de cientos de años. Cuando un Dalai Lama fallece, el pueblo tibetano y el gobierno se reúnen para celebrar las distintas ceremonias, después el gobierno se encarga de la búsqueda enviando investigadores en secreto por todo el Tibet, con la intención de localizar niños que hayan nacido con señales totalmente inusuales. La búsqueda se inicia a orillas del lago Lamo Latso que se encuentra al sudeste de la capital Lhasa. Este lago tiene poderes místicos según descubrió el II Dalai Lama Gedun Gyatso, y en él grandes monjes gelugpas meditan durante muchos días, invocando a la gran protectora Palden Lamo, tras lo cual empiezan a aparecer las visiones que los oráculos deben confirmar. Una vez los oráculos dan su consentimiento los monjes gelugpas van en busca del niño reencarnado. Tras una previa selección y una vez el grupo de elegidos queda reducido a unos pocos candidatos, los niños ya tienen entre 3 y cuatro años y es entonces cuando los someten a un test crucial, a cada niño se le muestra una serie de objetos agrupados de dos en dos, uno de los objetos de cada pareja perteneció al anterior Dalai Lama, y el otro es una copia, el niño tiene que elegir el que fue propiedad del Dalai Lama. Todo el proceso es extremadamente preciso ya que el elegido será la máxima autoridad del Tibet.

Al morir el III Dalai Lama Sonam Gyatso, no se encontró a su reencarnación en el Tibet, sino muy lejos, en Mongolia. El niño que había mostrado signos poco frecuentes fue descubierto en la casa real de Altan Kan, y se trataba del propio nieto de Altan Kan, por lo que fue el primer y único Dalai Lama no tibetano, conocido como Yonten Gyatso.

Que el Dalai Lama no fuera tibetano no era un problema, dado que el budismo Gelugpa nada tiene que ver con la nacionalidad sino con las creencias espirituales.

A los 12 años el IV Dalai Lama salió de Mongolia hacia el Tibet acompañado de un ejército de 1000 soldados mongoles, al llegar a la capital Lhasa lo recibieron con una calurosa bienvenida. De igual forma la presencia del ejército mongol, fue una poderosa señal por la que le recordaron a los pertenecientes a las otras escuelas de sombreros rojos de la ciudad de Shigatse, que contaban con el apoyo de esta potencia militar mongola. Durante muchos años se mantuvo una férrea tensión en la meseta tibetana.

Entonces de repente el IV Dalai Lama falleció en circunstancias misteriosas, y en menos de un año la ciudad de Shigatse de sombreros rojos arrasó a los gelugpas de sombreros amarillos, y de nuevo una vez más pidieron ayuda a los mongoles, a un apasionado caudillo Us Rinkan. Para los gelugpas esta nueva alianza con Us Rinkan había sido el último recurso. Mientras los ejércitos mongoles avanzaban hacia Shigatse los distritos menores se rindieron sin luchar, pero al llegar a Shigatse se encontraron con una empalizada que rodeaba la fortificación y las tropas dispuestas para luchar. Los mongoles se aposentaron sobre las colinas próximas, sitio la ciudad y esperó, y tras un año de lucha la ciudad se rindió. Los gelugpas habían ganado.

En 1642, el año tibetano del caballo de agua Us Rinkan reconoció al V Dalai Lama Ngawang Lobsang Gyatso, como líder supremo del Tibet, aunque únicamente controlaba el centro del país y con la ayuda de los ejércitos de Us Rinkan, por lo que el título de mandatario supremo del Tibet no era del todo cierto. Si quería que entre el resto de escuelas budistas (Ñigmas, Karmapas y Sakyas) hubiera paz, necesitaba que lo aceptasen. El V Dalai Lama tan buen político como monje estaba a punto de hacer historia. Trazó su árbol genealógico espiritual y rastreó el linaje de los Dalai Lama hasta el origen del primero de ellos. 

Tras un largo periodo de paz y tranquilidad, en China empezaron a soplar nuevos vientos al invadir el país tribus manchús, y de nuevo los chinos se vieron sometidos a un poder extranjero. Los manchús que provenían de Manchuria, seminómadas más próximos a los mongoles que a los chinos a los que habían conquistado. Y al igual que los mongoles, los manchús también prestaron atención al Tibet por su cultura y su religión. El V Dalai Lama no tardó en convertirse en guía espiritual y en útil aliado político. Pero cuando aún estaba forjándose esta amistad, el gran Lama murió, perdiendo el Tibet a uno de sus más grandes líderes de todos los tiempos.

En 1676 lo sucedió Tsangyang Gyatso, muy controvertido pero sin duda el más querido de todos los Dalai Lama, no soportaba las limitaciones de la vida monástica; “Me inclino hacia las enseñanzas de mi maestro, pero mi corazón escapa en secreto para pensar en mi amada”. Tsangyang Gyatso se disfrazaba y se escapaba por la puerta trasera del palacio del Potala, y pasaba muchas noches de borracheras en las tabernas de Lhasa. Un ambicioso caudillo mongol denunció esta conducta del Dalai Lama, y lo acusó de ser una falsa reencarnación, al final lo asesinó y puso un hombre de su confianza al mando del palacio del Potala. Para los sombreros amarillos, los Gelugpas, había llegado el momento de buscar un nuevo líder y pidieron ayuda a los emperadores manchú que se encontraban en la vecina China, y tras una sangrienta batalla el nuevo Dalai Lama llamado Kelsang Gyatso, fue reemplazado por un niño descubierto cerca de Litán, tal como había profetizado el muy querido VI Dalai Lama, bajo el nombre de Jamphel Gyatso, VIII Dalai Lama.

El Tibet terminaría por pagar con creces esta alianza con los emperadores de la dinastía manchú, y se convirtió en un estado vasallo del gran imperio. Los siguientes Dalai Lamas, desde el octavo hasta el decimo segundo fueron simples peones en manos de la China manchú. Nunca llegaron a la madurez y murieron todos ellos jóvenes, supuestamente envenenados.

Entonces en 1876 nació el XIII Dalai Lama Thubten Gyatso.

Durante 300 años los manchús habían sido la gran dinastía de Asia, pero ahora su imperio estaba en decadencia. Hong Kong cayó en manos británicas, y Macao en manos portuguesas. Así los chinos aprovecharon la ocasión para deshacerse de los caudillos manchús, y también el Tibet quiso deshacerse de los últimos vestigios de la dominación manchú, pero en lugar de eso se encontró siendo un peón de una gran partida de ajedrez. Por un lado Gran Bretaña y por otro la Rusia zarista se enfrentaban por conseguir el dominio de Asia, y en lugar de pelear firmaron un tratado en el que también se veía incluido el Tibet, pero sin pedir la opinión al Dalai Lama, el cual se vio obligado a huir a la India británica a través de la frontera.

En 1911 el imperio manchú llegó a su fin y el Dalai Lama volvió del exilio como líder de un país libre. Pero el Tibet estaba a punto de entrar en la etapa más atormentada de su historia.

El XIV Dalai Lama y actual Tenzin Gyatso fue descubierto en el este del Tibet, en una familia campesina. Con gran pompa y solemnidad fue llevado al palacio del Potala para ser instruido por los lamas más sabios del país. Su momento había llegado demasiado pronto, y con tan solo 16 años se vio obligado a llevar las riendas del gobierno tibetano, porque el país estaba en grave peligro. Los tibetanos creían que en el nuevo Dalai Lama, el Buda de la Compasión, poseedor del rayo y queridísimo protector estaba la última esperanza.

En el este se había hecho realidad la profecía de la amenaza roja, el partido comunista de Mao Tse Tung había llegado al poder en China, y la China comunista reivindicaba su derecho sobre el Tibet basándose en el antiguo imperio manchú. Decían que China estaba formada por cinco pueblos multiétnicos, los propios chinos, los mongoles, los manchús, los tártaros y los tibetanos.

El 7 de octubre de 1950 las tropas chinas entraron en el este del Tibet, bajo la consigna de “Liberación Pacífica”, los tibetanos lo llamaron invasión. Los monasterios fueron incendiados y quemados los textos antiguos budistas, los monjes asesinados cruelmente así como los ciudadanos laicos, y el XIV Dalai Lama se vio impotente ante el dolor del pueblo tibetano.

En 1959 la vida del propio Dalai Lama corría peligro, así que una noche disfrazado de soldado huyó de Lhasa, y en una semana con el ejército chino pisándole los talones llegó a la India, tenía entonces 25 años.


I     Gedun Drugpa 1391-1474
II    Gedun Gyatso 1476-1542
III   Sonam Gyatso 1543-1588
IV   Yonten Gyatso 1589-1616
V     Ngawang Lobsang Gyatso 1617-1682
VI    Tsangyang Gyatso 1683-1706
VII   Kelsang Gyatso 1708-1757
VIII  Jamphel Gyatso 1758-1804
IX     Lungtok Gyatso 1805-1815
X      Tsultrim Gyatso 1816-1837
XI     Khedrub Gyatso 1838-1855
XII    Trinle Gyatso 1856-1875
XIII   Thubten Gyatso 1876-1933
XIV    Tenzin Gyatso 1935

  


 


lunes, 12 de septiembre de 2016

¿POR QUE MEDITAR?



¿Por qué meditar?


Examinemos nuestra existencia con sinceridad. ¿Cuál es nuestro lugar en la vida? ¿Cuáles han sido hasta ahora nuestras prioridades, y qué previsiones tenemos para el tiempo que nos queda por vivir?

Somos una mezcla de luces y sombras, de cualidades y defectos. Pero verdaderamente es ésta una combinación óptima, un estado inevitable? Y si no es así, ¿cómo remediarlo? Son preguntas que merecen ser formuladas, sobre todo si creemos que sería deseable y posible cambiar.

No obstante, en Occidente, por causa de las actividades que nos absorben de la mañana a la noche una parte considerable de nuestra energía, tenemos menos oportunidades de profundizar en las causas fundamentales de la felicidad. Más o menos conscientemente, nos imaginamos que, cuanto más multipliquemos nuestras actividades, más se intensificaran nuestras sensaciones y más se desvanecerá nuestro sentimiento de insatisfacción. Pero en realidad hay muchas personas que se sienten decepcionadas y frustradas por el modo de vida actual. Y aunque sienten que les falta algo, no saben ver la solución, porque muchas veces las tradiciones que preconizan la transformación del propio ser han caído en desuso. Las técnicas de meditación apuntan a transformar la mente. No es necesario ponerles una etiqueta religiosa concreta. Todos nosotros tenemos mente, y todos podemos trabajarla.

¿Es aconsejable cambiar?


Pocas personas pueden afirmar que, en su modo de vivir y en su experiencia del mundo, no hay nada que valga la pena mejorar. Algunos piensan que sus defectos y sus emociones conflictivas contribuyen al enriquecimiento de sus vidas, y que, precisamente, esa alquimia tan especial es la que les hace ser lo que son: unas personas únicas; creen que han de aprender a aceptarse así y a amar sus defectos tanto como sus cualidades. Dichas personas corren un gran peligro de vivir inmersos en una insatisfacción crónica, sin darse cuenta de que podrían mejorar con tan solo un poco de esfuerzo y reflexión.


Imaginemos que nos proponen que pasemos todo un día sintiendo celos. Quién de nosotros lo aceptaría de buen grado? En cambio, si se nos invita a pasar ese mismo día con el corazón lleno de amor hacia los demás, la inmensa mayoría de nosotros encontraríamos esta opción infinitamente más preferible. 

Con frecuencia nuestra mente se ve invadida por perturbaciones de todo tipo. Los pensamientos dolorosos nos afectan, la ira nos invade y las duras palabras que nos dirigen los otros nos hieren. En esos momentos, ¿quién no soñaría con controlar sus emociones para ser libre y dueño de sí mismo? De buena gana intentaríamos ahorrarnos esos sufrimientos, pero, como no sabemos qué tenemos que hacer, preferimos pensar que, después de todo, así <<es la naturaleza humana>>. Pero lo <<natural>> no es forzosamente deseable. Por ejemplo, sabemos que la enfermedad es consustancial a todos los seres, pero eso no nos impide consultar a un médico cuando estamos enfermos.


No queremos sufrir. Nadie se despierta por la mañana pensando: <<¡Ojala pueda sufrir durante todo el día y, si es posible, durante toda la vida!>> Hagamos lo que hagamos, ya se trate de emprender una tarea importante, de realizar nuestro trabajo habitual, de mantener una relación duradera, o, simplemente, de pasear por el bosque, bebernos una taza de té o encontrarnos por casualidad con alguien, siempre esperamos sacar de ello algo que sea beneficioso para nosotros o para los demás. Si estuviéramos seguros de que nuestros actos solo nos proporcionaran sufrimiento, no haríamos nada. 


En ocasiones disfrutamos de momentos de paz interior, de amor y lucidez, pero, la mayoría de las veces, no se trata más que de sentimientos efímeros que enseguida dan paso a otro estado mental. Sin embargo, vemos con toda claridad que, si trabajáramos para que nuestra mente cultivara esos momentos privilegiados, este hecho transformaría radicalmente nuestra vida. Todos sabemos que sería deseable que nos convirtiéramos en unos seres humanos mejores y que nos transformáramos interiormente, tratando de aliviar el sufrimiento de los otros y de contribuir a su bienestar.


Hay quien piensa que, sin conflictos interiores, la existencia es insulsa; no obstante, todos conocemos muy bien los tormentos que se derivan de la cólera, la codicia o los celos. Y también apreciamos en grado sumo la bondad, la satisfacción y la alegría que nos proporciona el ver felices a los demás.


Está bien claro que el sentimiento de armonía, asociado con el amor al prójimo, posee una calidad tal que se basta por si misma. Y lo mismo ocurre con la generosidad, la paciencia y muchas otras cualidades. Si aprendiéramos a cultivar el amor altruista y la paz mental, y si, paralelamente, nuestro egoísmo y las frustraciones que se derivan de él disminuyeran, nuestra existencia no solo no sería menos rica, sino todo lo contrario.


¿Es posible cambiar?

La verdadera cuestión no es, pues, <<¿Es deseable cambiar?>>, sino <<¿Es posible cambiar?>> En efecto, podemos imaginar que las emociones perturbadoras están tan íntimamente asociadas a muestra mente que nos es imposible librarnos de ellas, a memos que destruyamos una parte de nosotros mismos. 


Es bien cierto que, por regla general, nuestros rasgos de carácter cambian poco. Observados tras un intervalo de algunos años, raros son los individuos coléricos que se vuelven pacientes, los atormentados que encuentran la paz interior o los presuntuosos que pasan a ser humildes. Sin embargo, aunque sean pocos, algunos cambian, y el cambio que experimentan muestra claramente que no se trata de algo imposible. Nuestros rasgos característicos perduraran mientras no hagamos nada para mejorarlos, y mientras sigamos dejando que nuestra disposición natural y nuestros actos automáticos no solo continúen perviviendo, sino que incluso pasen a ser más fuertes, pensamiento tras pensamiento, día tras día y año tras año. Pero no son intangibles.


Indiscutiblemente, la malevolencia, la codicia, los celos y otros venenos mentales forman parte de nuestra naturaleza, pero hay diferentes maneras de formar parte de algo. El agua, por ejemplo, puede contener cianuro y matarnos en el acto, pero mezclada con un remedio contribuye a curarnos. Sin embargo, su formula química no cambia nunca. En si misma no es ni toxica ni medicinal. Los diferentes estados del agua son temporales y anecdóticos, como nuestras emociones, nuestros humores y nuestros rasgos de carácter. 


Un aspecto fundamental de la conciencia

Conseguiremos comprenderlo cuando captemos quela primera cualidad de la conciencia, que simplemente consiste en <<conocer>>, no es intrínsecamente ni buena ni mala Si miramos mas allá de la turbulenta marea de pensamientos y emociones efímeras que atraviesan nuestra mente de la mañana a la noche, podremos constatar la presencia de ese aspecto fundamental de la conciencia, que hace posible y sirve de base a toda percepción, sea cual sea su naturaleza. En el budismo, ese aspecto cognoscitivo recibe la denominación de <<luminoso>>, porque ilumina simultáneamente el mundo exterior y el mundo interior de las sensaciones, las emociones, los razonamientos, los recuerdos, las esperanzas y los temores, haciendo que los percibamos. Aunque esta facultad de conocer sirve de base a cada acontecimiento mental, en sí misma no se halla afectada por tal acontecimiento. Un rayo de luz puede alumbrar una cara que expresa rencor u otra que sonríe, y tanto una joya como un montón de basura, pero en sí misma la luz no es ni malvada ni amable, ni limpia ni sucia. Esta constatación permite comprender que es posible transformar nuestro universo mental, así como el contenido de nuestros pensamientos y experiencias. En efecto, el fondo neutro y <<luminoso>> de la conciencia nos ofrece el espacio necesario para observar los acontecimientos mentales en vez de mantenernos a su merced, para después crear las condiciones de su transformación.


Solo con desearlo no basta

No podemos elegir lo que somos, pero podemos tener ganas de mejorar. Esta aspiración dará sentido a nuestra mente. Pero solo con desearlo no bastará: tendremos que ponernos manos a la obra.


No vemos nada raro en el hecho de pasar años aprendiendo a andar, a leer, a escribir, y a seguir una formación profesional. Pasamos horas ejercitándonos físicamente para estar en forma; por ejemplo, pedaleando cada día sobre una bicicleta estática que no va a ninguna parte. Para emprender una tarea, sea cual sea, se necesita sentir un mínimo de interés o de entusiasmo, y este interés proviene del hecho de que somos conscientes de los beneficios que nos proporcionará.


Entonces, por qué misteriosa razón la mente habría de librarse de seguir esta lógica y podría transformarse sin el menor esfuerzo, simplemente porque uno lo desee? Tendría tan poco sentido como ser capaz de interpretar un concierto de Mozart, limitándose a teclear de vez en cuando.


Nos esforzamos mucho para mejorar las condiciones exteriores de nuestra existencia, pero, en resumidas cuentas, al que siempre le toca bregar con la experiencia del mundo es a nuestra mente, y lo traduce en forma de bienestar o de sufrimiento. Si transformamos nuestro modo de percibir las cosas, estamos transformando la calidad de nuestra vida. Y este cambio es el resultado de un entrenamiento de la mente denominado <<meditación>>.


¿Qué es <<meditar>>?

La meditación es una práctica que permite cultivar y desarrollar ciertas cualidades humanas fundamentales, de la misma manera que otras formas de entrenamiento nos enseñan a leer, a tocar un instrumento de música o a adquirir cualquier otra aptitud. 


Según la etimología, las palabras sanscritas y tibetanas traducidas al español como <<meditación>>, son, respectivamente, bhavana, que significa <<cultivar>>, y gom, que significa <<familiarizarse>>. Sobre todo se trata de familiarizarse con una visión clara y justa de las cosas y de cultivar cualidades que, aunque todos nosotros poseemos en nuestro interior, se mantienen en estado latente mientras no hagamos el esfuerzo de desarrollarlas.


Algunos pretenden que la meditación no es necesaria porque las experiencias constantes de la vida bastan para formar nuestro cerebro y, en consecuencia, nuestra manera de ser y actuar, y no cabe duda de que, gracias a esta interacción con el mundo, es como se desarrollan la inmensa mayoría de nuestras facultades, como, por ejemplo, los sentidos. Sin embargo, es posible hacerlo mucho mejor. Las investigaciones científicas en el ámbito de la <<neuroplasticidad>> muestran que el entrenamiento, en cualquiera de sus modalidades, provoca importantes reorganizaciones en el cerebro tanto a nivel funcional como en el plano estructural.


Comencemos, pues, por preguntarnos a nosotros mismos qué es lo que de verdad deseamos en la vida. Nos contentaremos con improvisar día tras día? Acaso no percibimos, en el fondo de nuestro ser, ese malestar impalpable pero siempre presente, mientras que lo que en realidad tenemos es sed de bienestar y plenitud?


Acostumbrados a pensar que nuestros defectos son ineluctables, soportando reveses a lo largo de nuestra vida, acabamos por considerar nuestra disfunción como un hecho adquirido, sin tomar conciencia de que podemos salir de ese círculo vicioso que nos agobia.


Desde el punto de vista del budismo, cada ser lleva en si el potencial del Despertar, y, como dicen los textos, eso es algo tan seguro como que cada grano de sésamo está saturado de aceite. Pero, a pesar de ello, vagamos errantes en medio de la confusión como los mendigos, los cuales, por utilizar otra comparación tradicional, son a la vez pobres y ricos porque ignoran que, debajo de su chabola, hay un tesoro enterrado. La finalidad de la vía budista consiste en volver a estar en posesión de esa riqueza ignorada, y de esta manera dar a nuestra vida el sentido más profundo posible.


Transformarse a sí mismo para transformar mejor el mundo

Desarrollando nuestras cualidades interiores es como podremos ayudar mejor a los demás. Nuestra experiencia personal, aunque al principio sea nuestra única referencia, con el tiempo tiene que permitirnos adoptar un punto de vista más amplio que tenga en cuenta a todos los seres. Todos dependemos los unos de los otros y nadie desea sufrir. Ser <<feliz>> cuando hay tantas personas que sufren sería absurdo, por no decir imposible. La búsqueda de la felicidad únicamente para uno mismo está condenada a un fracaso seguro, porque el egocentrismo está en la propia fuente de nuestro malestar. <<Cuando la felicidad egoísta es el único fin de la vida, la vida enseguida deja de tener un fín>>, escribía Romain Rolland. Aunque a primera vista aparentemos ser muy felices, no podremos serlo de verdad si no nos interesamos por el bienestar del prójimo. En cambio, el amor altruista y la compasión son los fundamentos de la auténtica felicidad.


Estas reflexiones no emanan de una intención moralizante, sino que simplemente se limitan a reflejar la realidad. Buscar la felicidad sólo para uno mismo es la mejor manera de conseguir que ni nosotros ni los demás seamos felices. Podríamos creer que podemos aislarnos de los demás para así garantizarnos mejor el propio bienestar (¡que cada uno pruebe a hacerlo por su cuenta y así todo el mundo será feliz!), pero el resultado que obtendremos será justo el contrario del que deseábamos. Vacilando entre la esperanza y el miedo, nuestra vida se volverá miserable y también arruinaremos la de todos los que nos rodean. Al final, todo el mundo saldrá perdiendo.


Una de las razones fundamentales de este fracaso es que el mundo no está constituido por entidades autónomas dotadas de propiedades intrínsecas que, por su propia naturaleza, hacen que sean hermosas o feas, amigas o enemigas; las cosas y los seres son, esencialmente, interdependientes y están en perpetua evolución. Además, hasta los propios elementos que los constituyen solo existen si están relacionados entre sí. El egocentrismo choca sin cesar contra esta realidad y solo engendra frustraciones.


El amor altruista, ese sentimiento que, según el budismo, consiste en desear que los otros sean felices, al igual que la compasión —definida como el deseo de remediar el sufrimiento de los demás así como sus causas— no son tan solo nobles sentimientos, sino que están fundamentalmente en armonía con la realidad de las cosas. Como nosotros, la mayoría de los seres también aspiran a evitar el sufrimiento. Por otro lado, como todos somos interdependientes, nuestras alegrías y desgracias están íntimamente vinculadas a las de los demás. Cultivar el amor y la compasión es una apuesta doblemente ganadora, ya que la experiencia muestra que son los sentimientos que mas bien nos hacen, y que los comportamientos que generan son bien percibidos por los demás.


Cuando alguien se interesa con sinceridad por el bienestar y el sufrimiento de los otros, tienen la necesidad de pensar y actuar de modo justo y esclarecedor. Para que las repercusiones de los actos que se lleven a cabo a fin de ayudar a los demás sean verdaderamente benéficas, dichos actos tienen que estar guiados por la sabiduría, una sabiduría que se adquiere por medio de la meditación. La ultima razón de ser de la meditación es la de transformarse a sí mismo para transformar mejor el mundo, o convertirse en un ser humano mas bueno para servir mejor a los otros. La meditación permite dar a la vida su sentido más noble.


Un efecto global


Aunque la primera finalidad de la meditación sea la de transformar nuestra experiencia del mundo, lo cierto es que la experiencia meditativa también ejerce efectos beneficiosos sobre la salud. Desde hace más o menos unos diez años, importantes universidades americanas, como la Universidad de Madison en Wisconsin, y las de Princeton, Harvard y Berkeley, al igual que algunos centros de Zúrich y Maastricht, en Europa, están investigando mucho sobre la meditación, así como sobre su acción a corto y largo plazo en el cerebro. Meditadores experimentados, que en total sumaban entre diez mil y sesenta y mil horas de meditación, han mostrado que habían adquirido capacidades para conservar una alta atención que no es posible encontrar entre los principiantes. Son capaces, por ejemplo, de mantener una vigilancia casi perfecta durante cuarenta y cinco minutos sobre una tarea concreta, mientras que la inmensa mayoría de la gente no consigue aguantar más de cinco o diez minutos, pasados los cuales se equivoca mucho mas. Los meditadores experimentados tienen la facultad de crear estados mentales precisos, bien enfocados, potentes y duraderos. Ciertos trabajos muestran que especialmente la zona del cerebro asociada con emociones como, por ejemplo, la compasión presenta una actividad considerablemente mayor entre las personas que tienen una larga experiencia de meditación. Estos descubrimientos indican que las cualidades humanas pueden cultivarse de forma deliberada por medio de un entrenamiento mental. 


A pesar de que en el marco de este texto no se pretende detallarlos, es importante señalar que cada vez hay más estudios científicos que indican que la práctica de la meditación a corto plazo disminuye considerablemente el estrés (cuyos efectos nefastos para la salud están bien demostrados), la ansiedad, la tendencia a padecer accesos de cólera (la cual disminuye las posibilidades de supervivencia tras la cirugía cardíaca) y los riesgos de recaída entre aquellas personas que previamente han padecido, por lo menos, dos episodios de depresión grave. Ocho semanas de meditación (de tipo MBSR), a razón de treinta minutos al día, van unidas a un notable fortalecimiento del sistema inmunitario, a emociones positivas y capacidad de atención, así como a la disminución de la tensión arterial en los sujetos hipertensos, y un incremento de la curación de la psoriasis. Así pues, el estudio de la influencia de los estados mentales sobre la salud, que en otros tiempos se consideraba una mera fantasía, se halla cada vez más en el orden del día de la investigación científica. Sin querer caer en el sensacionalismo, es importante subrayar hasta qué punto la meditación y el <<entrenamiento>> del espíritu» pueden cambiar una Vida. Tendemos a subestimar el poder de transformación de nuestro espíritu, así como las repercusiones que esa <<revolución interior>>, suave y profunda, tiene para la calidad de nuestra existencia.


Una vida bien llena no está compuesta por una sucesión ininterrumpida de sensaciones agradables, sino que se consigue cambiando la manera como comprendemos y afrontamos los avatares de la existencia. El entrenamiento de la mente no sólo permite poner remedio a las toxinas mentales, como el odio y la obsesión, que literalmente envenenan nuestra existencia, sino también adquirir un mejor conocimiento del modo como funciona la mente y una percepción más precisa de la realidad. Esta percepción más precisa es la que nos permite hacer frente a los altibajos de la vida, no sólo sin distraernos o quebrarnos, sino también sabiendo extraer de ellos profundas enseñanzas.

"El arte de la meditación".- Matthieu Ricard - 2009