Mindfulness - Meditación de Atención Consciente
No es una actividad fácil, requiere tiempo y energía, y también requiere dosis de valor, determinación y disciplina, cualidades que por considerar desagradables, tratamos en consecuencia de evitar.
La vida parece una lucha continua y, a veces, costosa contra alternativas muy diversas. ¿Y cuál es el remedio a toda esa insatisfacción? A menudo nos quedamos atrapados en el síndrome del “si pudiera…”. Si pudiera tener más dinero, sería feliz. Si pudiera encontrar a alguien que me quisiera de verdad, si pudiera perder 10 kilos, si pudiera tener un televisor más grande, o un jacuzzi, o el pelo rizado, etcétera, sería feliz.
Pero ¿de dónde viene todo esto? Y lo más importante todavía, ¿Qué podemos hacer al respecto? Todo tiene su origen en la condición de nuestra propia mente. Y esa condición es un conjunto profundo, sutil y penetrante de hábitos mentales.
La esencia de nuestra experiencia es la capacidad de cambio. Y el cambio es incesante. Instante tras instante, la vida discurre sin repetirse. Aflora un pensamiento en tu cabeza y, medio segundo después, desaparece y se ve reemplazado por otro que, al cabo de unos instantes, acaba también desvaneciéndose. Luego llega otro, y otro, y otro….. Aparece un sonido y seguidamente otro o el silencio, que da paso a otro sonido y así. Abrimos los ojos y vemos el mundo, seguidamente los cerramos y desaparece todo hasta que los volvemos a abrir y cerrar y abrir y cerrar. Cambio, cambio y más cambio. El cambio es incesante y no existen momentos que sean iguales, ninguno.
Esta es la naturaleza del universo y no hay nada malo en ello. Pero la cultura humana nos ha enseñado a categorizar estas experiencias, a tratar de colocar cada percepción en uno de tres casilleros mentales diferentes, a los que denominamos “bueno”, “malo” o “neutro”. Luego dependiendo del casillero donde lo hayamos colocado reaccionamos de un determinado modo. Si la hemos etiquetado como “buena”, intentamos congelarla en el tiempo. Nos aferramos a ese pensamiento concreto, lo mimamos, lo acunamos y tratamos de que no se escape. Y, cuando eso no funciona, nos empeñamos en repetir la experiencia que provocó el pensamiento, un hábito mental conocido como “identificación”.
En
el otro polo está la categoría mental “malo”, la cual tratamos de negar, de
alejarnos de ella, de rechazarla y, en la medida de lo posible, de deshacernos
de ella. De esta forma, luchamos contra nuestra propia experiencia y huimos de
ciertos aspectos de nosotros mismos, un hábito mental que recibe el nombre de
“rechazo”.
Entre
uno y otro se encuentra la categoría de lo “neutro”, en la que colocamos
aquellas experiencias que, por no ser buenas ni malas, se nos antojan tibias,
aburridas o poco interesantes.
El
resultado directo de esta locura es una carrera interminable hacia ninguna
parte, una búsqueda incesante de placer, una huida permanente del dolor y una
ignorancia que acaba desinteresándose del 90 % de nuestra experiencia. Y luego
nos preguntamos por qué la vida nos parece tan chata, cuando lo que no funciona
es, en última instancia, este sistema.
Existen
momentos en los que nuestra búsqueda fracasa, por más que nos empeñemos de huir
del dolor, este acaba por alcanzarnos, y terminamos atrapados en la prisión de
nuestros deseos y de nuestras aversiones, o dicho de otra manera “sufrimos”.
El
término “sufrimiento”, en algunas tradiciones asiáticas no se limita al dolor
corporal, sino que incluye también la profunda y sutil sensación de
insatisfacción que forma parte de cada momento mental. Si observamos con
atención, por más grande que sea aquello que nos produce satisfacción, bajo la
alegría se esconde una tensión sutil y omnipresente que nos recuerda que
acabará por desaparecer.
¿Acaso
no es cierto que cuando muramos perderemos todas nuestras propiedades? ¿No es
acaso cierto que todo, en última instancia, es transitorio?. Parece
desalentador, pero sólo es desalentador cuando lo contemplamos desde la
perspectiva de la mente ordinaria. Por debajo de este nivel existe otro nivel,
una forma completamente diferente de percibir el universo. Es ese nivel en el
que la mente no se empeña en congelar el tiempo, no se queda enganchada a la
experiencia mientras esta sucediendo, ni tampoco trata de bloquear o ignorar
nada.
La
paz y la felicidad son las cuestiones fundamentales de la existencia humana. A
menudo resulta difícil verlo, porque ocultamos esos objetivos fundamentales
bajo capas y más capas de objetivos superficiales, queremos tener asegurada la
comida, queremos dinero, diversión, respeto, afecto.
Nadie
puede obtener todo lo que quiere. Resulta imposible. Afortunadamente existe
otra alternativa. Siempre podremos aprender a controlar la mente, y a romper
las cadenas que nos atan al incesante círculo del deseo y el rechazo. Podemos
seguir llevando una vida aparentemente normal, pero desde una perspectiva muy
diferente, es decir libre de la compulsión obsesiva de nuestros deseos.
Queremos algo, pero no es preciso que suponga perder el aliento corriendo.
Podemos tener miedo, pero no tiene por qué suponer el ponernos a temblar como
un flan.
Nadie
puede cambiar radicalmente la pauta de su vida mientras no se vea tal cual es.
A partir de ese momento, los cambios ocurrirán naturalmente. Y no es necesario
forzar nada, luchar con nadie, ni obedecer las reglas, el cambio sucederá de forma
automática, y para ello tenemos que ver quiénes somos y como somos sin engaño,
prejuicio ni resistencia alguna. Hay implícito la observación de cuáles son
nuestros deberes y obligaciones con los demás, y sobre todo cuál es nuestra
responsabilidad como individuos que vivimos en sociedad. Puede parecer
complicado, pero puede ocurrir en cualquier instante. El cultivo mental
desarrollado por la meditación no tiene parangón a la hora de ayudarnos a
alcanzar ese estado de comprensión y de serena felicidad.
Existe
un texto muy antiguo, con más de mil años de antigüedad que dice: “Lo que ahora
eres es el resultado de lo que fuiste. Y mañana serás el resultado de lo que
hoy eres. Las consecuencias de una mente malvada te seguirán como el carro
sigue al buey que tira de él. Las consecuencias de una mente pura te
acompañarán como si de tu sombra se tratara. Nadie, ni tus padres ni tus
parientes ni tus amigos, pueden hacer por ti más que tu mente pura. Una mente
disciplinada proporciona felicidad”.
Nuestro
objetivo con la meditación es el de purificar la mente, y limpiar el proceso
del pensamiento de lo que podríamos denominar irritantes psíquicos. Ser
compasivos con nosotros mismos, comprendernos. Cuanto mayor es la comprensión,
mayor la flexibilidad, la tolerancia y la compasión, y cuando aprendemos a ser
compasivos con nosotros mismos, automáticamente también lo seremos con los
demás.
La
meditación se parece al cultivo de una tierra virgen. Lo primero que tenemos
que hacer, para convertir un bosque en un huerto, es cortar los árboles, luego
labrar la tierra, fertilizar el suelo, sembrar
y recoger finalmente la cosecha. Con nuestra mente ocurre igual, debemos
empezar arrancando los diferentes agentes irritantes que obstaculizan nuestro
camino, para que no vuelvan a crecer. Después deberemos fertilizar
adecuadamente nuestra mente, suministrándole la energía y la disciplina
necesarias. Luego tendremos que sembrar las semillas y finalmente cosechar.
Todo
esto, ¿no son razones suficientes para empezar a meditar?, realmente no son más
que promesas escritas en un papel que yo transmito, y solo existe un modo de
saber si la meditación merece realmente la pena, y es aprendiéndola y
llevándola a la práctica, algo que tendremos que decidir únicamente nosotros y
comprobarlo por nosotros mismos.
"El libro del Mindfulness", Bhante Henepola Gunaratana. Edit. Kairos - 2012
"Mindfulness para la felicidad", Ruth A. Baer. Edit. Urano - 2014
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